Los primeros cultivadores

Los primeros champiñoneros.

Todos coinciden en que los primeros en cultivar champiñón fueron los hermanos Gil Merino, los Conos. Estos compraron en 1954 una botella de semillas traída desde Barcelona e hicieron el cultivo en una bodega de vino del barrio Cuchara, en el actual término de Majavacas. Ante los buenos resultados, los Conos compraron más botellas y sembraron 22 nuevas bodegas, propiedad de vecinos como Antonio el Bergaseño, Daniel el Pirigüeño o Fermín el Ferminazos.

Hermanos Gil Merino.

En 1955, el tío Balbino el Zaburriano experimentó en una bodega más grande en la Casa del Rey. Aunque la producción allí fue mayor, no dejaba de ser insignificante. Miguel recuerda que, tras la primera puesta, su hermano Manolo llevó champiñón en bicicleta a San Adrián, pero allí le dijeron: "si lo traes en la bicicleta más veces, aquí no vengas que no te lo vamos a comprar". Desde entonces, Manolo tenía que ir con la carga al hombro hasta Lodosa, donde cogía el tren que lo llevaba a San Adrián.

Aquello era una locura, pero todo cambió en 1957, año en que las lluvias inundaron todas las bodegas de vino de los Conos. Estos trasladaron los cultivos a la planta baja de Félix Izquierdo, en la Calle Cantón. Aunque esta nueva ubicación dio algunos beneficios durante tres años, las inundaciones y las heladas de 1958 acabaron de nuevo con los cultivos y la familia decidió abandonar la aventura para siempre.

Anuncio publicitario de las primeras bodegas en el Libro de Fiestas de 1962.

En 1960, Ángel Churruca decidió aventurarse en la construcción de los primeros caños de champiñón en Majavacas. Estos estaban formados por un arco de hormigón de unos 2,5 m de altura por 5 m de anchura y con el suelo sin cementar, semejante al de un invernadero. Si se quería continuar en el sector, todos deberían tomar ejemplo del Gelo. Los primeros en seguir al pionero fueron Chuchín Vicioso y Ángel Mues, pero no serían los únicos, tras ellos llegaron los Popeyes, la Viter, los Gaezgu. Antolín Fernández y una larga lista de hombres emprendedores que se embarcaron en la construcción de nuevos caños.

Todo tenían que hacérselo ellos mismos a mano, desde la construcción de los caños hasta la elaboración de compost. Este se hacía mezclando estiércol de caballo y paja en los patios de las bodegas, mezcla que era removida, sacudida, mezclada y rehecha cada 7 u 8 días durante algo más que un mes, tras el cual se obtenía el compostaje. El estiércol se recogía en las cuadras de los vecinos, pero sobre todo se compraba en caballerías de Peralta, Tafalla e incluso Madrid. De hecho, Esteban asegura que "el día que mataron a Carrero Blanco estaba en El Pardo comprando estiércol", tanto es así, que aquel día los soldados les cargaron a él y a los Gaezgu unos 15 camiones de estiércol.

Bodegas de champiñón de Santiago Fernández.

Una vez hecho el compost, este se disponía a caballón sobre el suelo de la bodega, igual que los ríos de espárragos. Aunque los caballones solían hacerse a mano, algunos utilizaban moldes de chapa galvanizada de unos 3 m de largura para hacer los pasillos. Uno de los moldes se situaba en el cento del caño y los otros dos a los extremos, así cuando todo el suelo había sido cubierto de compost, los moldes eran retirados y los tres espacios resultantes quedaban como pasillos. Con los caballones ya dispuestos, tocaba plantar la semilla. Estas venían en botellas de cristal que contenían el micelio, sustrato blanquecino del que más tarde surgía el champiñón. El contenido se troceaba y se introducía a mano en los caballones, guardando unos 5 cm de distancia que siempre se calculaba a ojo.

Teresa Churruca junto a los caballones.

Miguel nos confiesa que "cuando los Conos", las primeras botellas entraban en España en secreto desde Francia. Recuerda que el día que estaba haciendo la mili en el País Vasco, tuvo que ir hasta Irún para recoger en la aduana las semillas que su hermano necesitaba. Sin embargo, a partir de 1957, las botellas con el micelio serán producidas y traídas desde unos laboratorios de Bétera, en Valencia.
A los 15 ó 20 días de la siembra, el micelio crecía convirtiendo el sustrato en una masa blanquecino-grisácea, la cual debía cubrirse con dedo y medio de "tierra yeseña" y carbonilla, para así conservar la humedad. La tierra se obtenía en los términos de Majavacas o Cabezorroyo, mientras que la carbonilla era traída por Félix Izquierdo desde Miranda de Ebro. A veces se llegó a cubrir con ladrillo molido de las tejerías, pero se iba de precio y quitaba mucha humedad.
Con el cultivo cubierto, la germinación del champiñón duraba unos 24 ó 25 días, tras los cuales este era recogido en cunachos y cajas de plástico. Y entonces venía la peor parte: buscar al producto una salida en el mercado, ya que ni existían cámaras frigoríficas donde conservarlo, ni plantas cooperativas desde las que distribuirlo. Como bien recuerda Santiago, "el mercado te lo tenías que buscar tú, ese día se cogía pronto por la mañana y sobre las 10 salías hacia las fábricas a venderlo, porque si no se perdía".

Cultivos de champiñón de los Gaezgu.

Las principales fábricas compradoras eran La Emperatriz y Cidacos en Autol, JA'Een San Adrián y Taboada en Mendavia. Pero sobre todo La Comuna de Lodosa, histórica fábrica conservera que compraba la mayor parte del champiñón. Aunque había varias fábricas apalabradas, unos días te lo cogían y otros te lo rechazaban. Nunca había nada asegurado. Migel nos cuenta que, cuando su hermano terminaba de recoger el champiñón, siempre decía: "ahora a padecer por ahí". Julio subía muchas veces al mercado de Calahorra con el cunacho de champiñon atado a la parrilla de su Guzzi 49 cc. "Y otros muchos me tocaba subir a Calahorra montando el cunacho en el autobús de línea", nos comenta. A Eustaquio le tocó ir a vender champiñón con su Land Rover hasta Barcelona, yendo y volviendo en el mismo día. En una ocasión, después de ir hasta Zaragoza y no lograr la venta, regresó a Pradejón con toda la carga y la vació en el Ebro. Cultivar champiñón en aquel entonces suponía correr riesgos.

Bodegas de Ángel Churruca.

No eran tiempos fáciles para el sector, pero las dificultades se suplían con las escasas exigencias del mercado. La fábrica no distinguía ni categorías ni calidad, tan sólo descontaba 2 kilos por caja para evitar el sobrepeso por tierra. "Entonces metías en la fábrica sapos y culebras, pero nadie te decía nada", nos dice Eustaquio. Tras la venta del champiñón tocaba desinfectar los caños, para ello se utilizaban diversos productos como azufre, formol, cal o VAPAM (nematicida). "Pero lo hacíamos sin caretas ni nada, así que se te ponñian os ojos buenos, no sé ni cómo no nos ha pasado algo", nos comenta Julio recordándolo. Las desinfecciones eran mucho más minuciosas que ahora, ya que muchas bodegas tenían el suelo en tierra y, tras el cultivo, había que removerla con un azadón para sacar de ella el micelio que había quedado incrustado. Entonces no había un cultivo de champiñón continuo, tan sólo se hacían dos puestas al año, una en septiembre y otra en marzo. El resto del año se dedicaba a elaborar el compost.

A pesar de las dificultades, el champiñón se convirtió en un negocio verdaderamente rentable entre 1965 y 1975. Entonces se pagaba un grupo entero de bodegas en una sola campaña, algo impensable actualmente. Santiago nos dice que "sacabas antes mucho más con las dos siembras anuales que ahora con cuatro o cinco que se hacen". Y Esteban lo tiene claro, la razón es que apenas había gastos porque todo quedaba en casa y el mercado apenas imponía exigencias. "Ahora todo ha subido, los sueldos, la luz, el gasoil y la seguridad social. Es lo comido por lo servido", comenta.

Ángel Churruca regando el ciemo.

Eso sí, no hay beneficio sin esfuerzo y no podemos olvidar que todo el dinero que obtuvieron fue a base de horas trabajadas en los cultivos. Miguel y su esposa Olga no olvidan las 14 y 16 horas diarias que metían muchos días en los caños. Y Julio resume aquella mentalidad en una sola frase: "nada más que los días de fiesta y los domingos que se trabajaron entonces, al cabo de un año valían mucho dinero". Este boom en el sector finalizó a principios de los años 70, cuando los champiñoneros comenzaron a organizarse. En 1976 se creó la Champra, la primera cooperativa de champiñoneros, la cual apostó por la comercialización conjunta y por la regularización de los tiempos de siembra. De este modo, se estableció un sistema de siembras continuas durante todo el año, quedando obsoletas las dos puestas anuales de los primeros cultivadores. Esto evitó la sobreproducción y los vacíos de mercado. Era renovarse o morir.

Otro problema a solucionar fue el de la conservación, para ello Champra alquiló unas cámaras frigoríficas de fruta en Sartaguda, sustituidas al tiempo por las cámaras frigoríficas de los Popeyes. Esto aumentó el tiempo de venta de forma considerable. Finalmente, Champra dio el paso definitivo en 1978 al crear la primera planta de compost conjunta. Esta nueva inversión fue toda una revolución, ya que el compost dejó de fabricarse a mano en los patios de las bodegas y se produjo de forma mecánica en sacos con la semilla ya inoculada. Se logró así abandonar el trabajoso sistema de caballones y siembra, lo que permitió rebajar costes y mejorar la calidad del compost. El sector comenzaba a profesionalizarse.

Planta de compost de Champra en los años 80.

Pradejón logró incrementar la producción, las ventas y el radio de mercado. Champra abrió de este modo el camino que, años más tarde, siguieron otras plantas como Comprachamp, Jimechamp, Cantarroyuela o Iberchamp. Quedaban muy lejos aquellos humildes inicios de los Conos a principios de los años 50.

Los primeros seteros.

Corrían los años 80 y el champiñón ya era el producto estrella pradejonero, muchos eran los que se habían subido al carro tras la creación de las primeras plantas y, para ser sinceros, no parecía irles mal. Entre ellos se hallaban los hermanos Filo y Javier Caro, los cuales no tenían otra aspiración que el cultivo de aquel hongo. Sin embargo, en 1984 algo cambió su historia. "Un buen día apareció un argentino, un tal Jorge Giri, hablándonos de cómo cultivar setas. Tras mucho insistir, decidimos dejarle una bodega de champiñón para que nos lo demostrase", nos cuenta Javier. Los hermanos Caro sabían que unos cinco años antes, Ricardo Morte ya había cultivado setas de un modo artesanal, trayendo las semillas de Francia, fabricando el copost en hormigonera y depositándolo después en baldes. Pero lo de los Caro era distinto, las semillas se las compraban a la empresa italiana Italispan y el cultivo lo hacían sobre bombonas de plástico cortadas verticalmente. Sin embargo, el tal Giri duró poco en el pueblo y los Caro tomaron las riendas del negocio. En menos de un año, cambiaron las bombonas por sacos de plástico negro y pronto comenzaron a comprar sacos en Briones, ahorrándose su fabricación.

Bodegas de champiñón de Ricardo Morte.

Los inicios no fueron fáciles porque apenas se sabía nada sobre este tipo de cultivo, ni había semillas conseguidas, ni existía un centro de investigación que les dotase de conocimientos, todo era cuestión de probar y buscar. "No sabíamos ni cultivarlas, igual poníamos semillas de invierno en verano que de verano en invierno", nos dice Filo. Sin embargo, las bodegas "eran un terreno virgen, no estaban saturadas de esporas como ahora, así que te salía cada piña de setas impresionante". Javier recuerda que "la gente venía a comprarte setas desde el principio, como éramos de los pocos que las cultivábamos, el mercado nunca te faltaba". Por tanto, la venta de setas era continua en puntos como Zaragoza, Bilbao, Logroño o Barcelona, aunque las grandes ganancias duraron poco. "Después de las dos primeras campañas, Fungisem empezó a vender paquetes en Autol y todo el mundo comenzó a plantar", asegura Filo.

Esta empresa privada mantuvo el monopolio de venta de sacos hasta 1998, año en el que los seteros de Pradejón, Calahorra, Autol y Rincón de Soto decidieron fundar la planta cooperativa de Agruset. Esta fuer para las setas lo que Champra había sido para el champiñón, un cambio radical en positivo.

Setas de los hermanos Caro.

Queda patente el esfuerzo conjunto que todos estos hombres volcaron durante años para hacer de estos cultivos una profesión de futuro. Tanto es así que hoy en día no entenderíamos Pradejón y su economía sin el champiñón y la seta. Un sector que en la actualidad pasa por tiempos de cambio y renovación, el cual debemos apoyar y promocionar para hacer de este, nuestro cultivo, un símbolo de identidad pradejonera y el motor económico que nos permita mirar al futuro.